3.3 ONDARROA Y PAMPLIEGA

Puente de Ondarroa ca.1914

A lo largo de la primera década del nuevo siglo, Echevarria se aventuró a compaginar sus escapadas a Bilbao con otras poblaciones  del norte de España, el pueblecito marinero de Ondarroa (Vizcaya) y los áridos campos de Pampliega (Burgos).

Durante su estancia en París, sentía a veces verdadera necesidad de viajar a España, pues su tierra natal se convertía en su más fecunda fuente de inspiración, y en donde sentía con mayor intensidad la emo­ción pictó­rica:

“Cuando llegaba a España deja­ban de preocuparme estas cosas, (estudios de color y de forma) para no acordarme más que de aquello que yo pensaba era la emoción pura. Para mí la perso­nalidad del artista debe verse antes que nada en el fondo espiritual de las cosas, y no en su factura”.

Dentro de la costa vasca, uno de sus parajes preferidos era el pueblo vizcaíno de Ondarroa, limítrofe con el pueblo guipuzcoano de Motrico.  La villa ondarresa poseía uno de los puertos más atractivos del litoral cantábrico por su continuado movimiento con todo tipo de barcos de pesca, desde las chalupas boniteras con sus ondulantes velas colgando en sus largos mástiles  hasta aquellas traineras de poco tonelaje, que una vez llegada la bajamar iban quedándose embarrancadas en los amplios arenales.

En medio de este escenario marinero, Echevarria  escogió la vista panorámica de la arquitectura pedregosa del puente viejo o Zubizarra (S.XIV ),  cuya sencilla silueta  figuraba en el escudo de la Villa.  Bajo los arcos del  viejo puente cruzaban las pequeñas embarcaciones como las traineras o los vapores que navegaban hasta la desembocadura de la ría Artibai. En el puente se trajinaban las cotidianas operaciones de carga y descarga después de la abundante pesca.  De ahí que  sobre su piedra colgasen las redes  limpias después que las mujeres  de los pescadores hubieran quitado toda clase de despojos marinos.  En sus lienzos el viejo puente mostraba la presencia de los pescadores o bien en soledad captaba desde el angulo contrario  las embarcaciones boniteras varadas y amarradas descansando sobre la ria.

Pero además, la reputación de valientes marineros que se jugaban a diario la vida en las procelosas aguas del cantábrico y su fama de espléndidos remeros, que a menudo salían invictos de las regatas de traineras celebradas con sus vecinos de otras localidades del Cantábrico, hacían de esta villa un lugar con singular atractivo.

3.7 Dibujo de Angel Zubikaray M.N.C.A.R.S

Angel Zubikaray ca.1910

A partir de 1908, Juan  se afanó en tomar  diversos apuntes a sus aldeanos y a sus recios marinos . Algunos interesantes dibujos , trazados en grande formato y trabajados  en carboncillo, en donde se perfilaban magistralmente sus rasgos sicológicos.   Entre todos ellos, representó en un magistral dibujo a Angel Zubikaray , quien había sido el patrón de la trainera “La Sagrada Familia”, vencedora en la regata real celebrada en 1902, con la presencia de la familia del monarca . Con el remo en su mano derecha, “Zubi­karay el vencedor” exhibía su fuerte porte y su poderoso gesto,  pero además este marinero fue un modelo de excepción al que  tomaría distintos apuntes, dibujándole en diferentes posturas sentado en la taberna, jugando a las cartas o simplemente bebiendo un chiquito con los amigos.

En este pueblo costero, inmerso en la atmosfera norteña de montañas con vivas  tonalidades verdes , Echevarria pintó su conocido cuadro de ” La Merienda Vasca” , retratando a la típica familia de pescadores de la costa vasca. Sentados comiendo alrededor de una mesa,  con la recia expresión de sus rostros captados en un primer plano se adentraba en la introversión , la timidez  y el  sobrio sentimentalismo  propios del temperamento vasco. Así pues, el propio artista dejó escrita la escena:

“La vieja con el niño (sig­nifica) la resigna­ción. La mujer de la costa es una verda­dera souffre-delirios. El hombre no tiene, por así decir, la menor preocu­pación fuera de las horas de trabajo, y las pocas que tenga las ahoga en la taber­na. La mujer, en cambio, lleva la respon­sabilidad de la casa; haya o no pesca tiene que dar de comer a la familia. Cada día está expuesta a quedarse sin marido y sin hijos, que constitu­yen su único afecto y sostén. No nos debe pues extra­ñar ese aire profunda­mente triste y de resignación cristiana que todas ellas llevan expresando en sus actitudes, y que tanto contras­ta con el aire despreocupado y alegre en general que se nota en el hombre “.

La Merienda Vasca. M.N.C.A.R.S Madrid ca.1910

Sin lugar a dudas, este genuino rincón del cantábrico, tanto por  la fisonomía de su puerto, de sus gentes,  como por  las vistas de su antiguo puente románico, cautivó a numerosos artistas coetáneos suyos como Regoyos, los hermanos Zubiaurres, Arteta, Tellaeche, Baroja, Bicandi, Martinez Ortiz, la pintora checa Sindlerova pero también a algunos pintores más jóvenes, Palencia y Redondela, quienes en más de una ocasión se acercaron a plasmar este pueblo  norteño.

Durante esos mismos años, Juan quiso compaginar  sus viajes al litoral vasco con una estancia  en los campos de Castilla. Al poco tiempo de casarse con Enrique­ta Normand (1909),viajaba al pueblecito burgalés de Pampliega, albergándose en una humilde fonda de la época.

En lo alto del pueblo  se erigía la maciza iglesia medieval de San Pedro, presidiendo el conjunto de  viejas casas apiñadas,  en forma de anfiteatro,  dispuestas  en la ladera del monte conocido como el Cerro de la Mota o del Castillo. En las villas o ciudades castellanas a menudo las casas se hallaban próximas unas con otras junto a la iglesia, protegiéndose de la inclemencia del tiempo. Y a los pies del monte se distinguía un antiguo puente románico de piedra bajo el cual discurría el río Arlanzón. En esta época , Echevarria estaba  interesado en tomar solo la vista panorámica del pueblo desde abajo junto al río,  escena descrita por el propio pintor en un relato epistolar:

“Es el anoche­cer, un pueblo en anfiteatro de casa viejas y ruino­sas. Arriba se destaca sobre la gradería que forman aquellas la torre cuadra­da y maciza de la iglesia con aire de fortale­za, y detrás el monte de un verde parduz­co, al que el pueblo como temiendo dejarse sor­prender, está adosa­do. Allí abajo, en primer térmi­no, un puente y un riachuelo, en el que beben unas caballeri­zas más o menos apocalípticas”.

La  arquitectura de este pequeño pueblo castellano, conocido por el mercado semanal de cereales, ganado lanar, porcino y equino, causaba  la sensación de intemporalidad propia de  algunas poblaciones de Castilla la Vieja ante el crudo paso del tiempo, emanando una perenne solidez en su desgastada construcción.  Mediante distintas versiones de una misma vista panorámica  conseguía traslucir una nota conjunta de nostalgia y de lirismo, entremezclando ciertas tonalidades rojizas en contraste con otras verduzcas .

Uno de sus primeros paisajes de Pampliega  fue exhibido en la Exposi­ción de Arte Moderno de Bil­bao en 1910,  y al año si­guiente en el Salón de Otoño parisino (1911).  En este  mismo paraje de la tierra castellana  comenzó a  abordar   algunas composiciones de familias gitanas, dotadas de una gracia natural  a la hora de posar.

Paisaje de Pampliega

Caballerizas al anochecer en Pampliega ca.1910