3.3 ONDARROA Y PAMPLIEGA
A lo largo de la primera década del nuevo siglo, Echevarria se aventuró a compaginar sus escapadas a Bilbao con otras poblaciones del norte de España, el pueblecito marinero de Ondarroa (Vizcaya) y los áridos campos de Pampliega (Burgos).
Durante su estancia en París, sentía a veces verdadera necesidad de viajar a España, pues su tierra natal se convertía en su más fecunda fuente de inspiración, y en donde sentía con mayor intensidad la emoción pictórica:
“Cuando llegaba a España dejaban de preocuparme estas cosas, (estudios de color y de forma) para no acordarme más que de aquello que yo pensaba era la emoción pura. Para mí la personalidad del artista debe verse antes que nada en el fondo espiritual de las cosas, y no en su factura”.
Dentro de la costa vasca, uno de sus parajes preferidos era el pueblo vizcaíno de Ondarroa, limítrofe con el pueblo guipuzcoano de Motrico. La villa ondarresa poseía uno de los puertos más atractivos del litoral cantábrico por su continuado movimiento con todo tipo de barcos de pesca, desde las chalupas boniteras con sus ondulantes velas colgando en sus largos mástiles hasta aquellas traineras de poco tonelaje, que una vez llegada la bajamar iban quedándose embarrancadas en los amplios arenales.
En medio de este escenario marinero, Echevarria escogió la vista panorámica de la arquitectura pedregosa del puente viejo o Zubizarra (S.XIV ), cuya sencilla silueta figuraba en el escudo de la Villa. Bajo los arcos del viejo puente cruzaban las pequeñas embarcaciones como las traineras o los vapores que navegaban hasta la desembocadura de la ría Artibai. En el puente se trajinaban las cotidianas operaciones de carga y descarga después de la abundante pesca. De ahí que sobre su piedra colgasen las redes limpias después que las mujeres de los pescadores hubieran quitado toda clase de despojos marinos. En sus lienzos el viejo puente mostraba la presencia de los pescadores o bien en soledad captaba desde el angulo contrario las embarcaciones boniteras varadas y amarradas descansando sobre la ria.
Pero además, la reputación de valientes marineros que se jugaban a diario la vida en las procelosas aguas del cantábrico y su fama de espléndidos remeros, que a menudo salían invictos de las regatas de traineras celebradas con sus vecinos de otras localidades del Cantábrico, hacían de esta villa un lugar con singular atractivo.
A partir de 1908, Juan se afanó en tomar diversos apuntes a sus aldeanos y a sus recios marinos . Algunos interesantes dibujos , trazados en grande formato y trabajados en carboncillo, en donde se perfilaban magistralmente sus rasgos sicológicos. Entre todos ellos, representó en un magistral dibujo a Angel Zubikaray , quien había sido el patrón de la trainera “La Sagrada Familia”, vencedora en la regata real celebrada en 1902, con la presencia de la familia del monarca . Con el remo en su mano derecha, “Zubikaray el vencedor” exhibía su fuerte porte y su poderoso gesto, pero además este marinero fue un modelo de excepción al que tomaría distintos apuntes, dibujándole en diferentes posturas sentado en la taberna, jugando a las cartas o simplemente bebiendo un chiquito con los amigos.
En este pueblo costero, inmerso en la atmosfera norteña de montañas con vivas tonalidades verdes , Echevarria pintó su conocido cuadro de ” La Merienda Vasca” , retratando a la típica familia de pescadores de la costa vasca. Sentados comiendo alrededor de una mesa, con la recia expresión de sus rostros captados en un primer plano se adentraba en la introversión , la timidez y el sobrio sentimentalismo propios del temperamento vasco. Así pues, el propio artista dejó escrita la escena:
“La vieja con el niño (significa) la resignación. La mujer de la costa es una verdadera souffre-delirios. El hombre no tiene, por así decir, la menor preocupación fuera de las horas de trabajo, y las pocas que tenga las ahoga en la taberna. La mujer, en cambio, lleva la responsabilidad de la casa; haya o no pesca tiene que dar de comer a la familia. Cada día está expuesta a quedarse sin marido y sin hijos, que constituyen su único afecto y sostén. No nos debe pues extrañar ese aire profundamente triste y de resignación cristiana que todas ellas llevan expresando en sus actitudes, y que tanto contrasta con el aire despreocupado y alegre en general que se nota en el hombre “.
Sin lugar a dudas, este genuino rincón del cantábrico, tanto por la fisonomía de su puerto, de sus gentes, como por las vistas de su antiguo puente románico, cautivó a numerosos artistas coetáneos suyos como Regoyos, los hermanos Zubiaurres, Arteta, Tellaeche, Baroja, Bicandi, Martinez Ortiz, la pintora checa Sindlerova pero también a algunos pintores más jóvenes, Palencia y Redondela, quienes en más de una ocasión se acercaron a plasmar este pueblo norteño.
Durante esos mismos años, Juan quiso compaginar sus viajes al litoral vasco con una estancia en los campos de Castilla. Al poco tiempo de casarse con Enriqueta Normand (1909),viajaba al pueblecito burgalés de Pampliega, albergándose en una humilde fonda de la época.
En lo alto del pueblo se erigía la maciza iglesia medieval de San Pedro, presidiendo el conjunto de viejas casas apiñadas, en forma de anfiteatro, dispuestas en la ladera del monte conocido como el Cerro de la Mota o del Castillo. En las villas o ciudades castellanas a menudo las casas se hallaban próximas unas con otras junto a la iglesia, protegiéndose de la inclemencia del tiempo. Y a los pies del monte se distinguía un antiguo puente románico de piedra bajo el cual discurría el río Arlanzón. En esta época , Echevarria estaba interesado en tomar solo la vista panorámica del pueblo desde abajo junto al río, escena descrita por el propio pintor en un relato epistolar:
“Es el anochecer, un pueblo en anfiteatro de casa viejas y ruinosas. Arriba se destaca sobre la gradería que forman aquellas la torre cuadrada y maciza de la iglesia con aire de fortaleza, y detrás el monte de un verde parduzco, al que el pueblo como temiendo dejarse sorprender, está adosado. Allí abajo, en primer término, un puente y un riachuelo, en el que beben unas caballerizas más o menos apocalípticas”.
La arquitectura de este pequeño pueblo castellano, conocido por el mercado semanal de cereales, ganado lanar, porcino y equino, causaba la sensación de intemporalidad propia de algunas poblaciones de Castilla la Vieja ante el crudo paso del tiempo, emanando una perenne solidez en su desgastada construcción. Mediante distintas versiones de una misma vista panorámica conseguía traslucir una nota conjunta de nostalgia y de lirismo, entremezclando ciertas tonalidades rojizas en contraste con otras verduzcas .
Uno de sus primeros paisajes de Pampliega fue exhibido en la Exposición de Arte Moderno de Bilbao en 1910, y al año siguiente en el Salón de Otoño parisino (1911). En este mismo paraje de la tierra castellana comenzó a abordar algunas composiciones de familias gitanas, dotadas de una gracia natural a la hora de posar.