2. PARIS, CENTRO DE LA VANGUARDIA ARTISTICA (1903-1913)
2.1 EN LA CAPITAL DE LA VANGUARDIA ARTISTICA
A su llegada a Paris en diciembre de 1903, Juan decidió alquilar un pequeño y moderno apartamento situado en la calle Alfred Stevens nº3, no lejos de Montmartre. Una vivienda, que él consideraba como íntima y espaciosa con un cuarto de dormir, un cuarto de baño, cocina, un pequeño salón y todas las habitaciones comunicadas entre sí, pero a la vez independientes. En este piso estableció su primer estudio de pintura, describiendo a su amigo Losada el transcurrir de un día corriente en la capital parisina:
“Me levanto a las nueve de la mañana. Pinto en la seance de la mañana, almuerzo en un cuarto de hora y acto seguido me pongo a dibujar desnudo. He empezado con una madame bastante grande. He metido ya una fulana del café Cyrano. Creo que tiene bastante carácter. El desnudo lo hago tamaño natural como minimum. He dado con una modelo que es de primera”.
En medio de este emergente escenario artístico , iniciaba su andadura al lado del joven pintor santanderino Francisco Iturrino, el cual ya llevaba residiendo unos cuantos años en la bella ciudad del Sena, inmerso en el ambiente de los jóvenes artistas pioneros de la vanguardia europea. Casualmente, recién llegado, Echevarria le acompañaría al Salón de Otoño (1903), que abría sus puertas por primera vez al público en el sótano del Petit Palais, en donde Iturrino colgaba algunas de sus últimas creaciones de grupos de manolas españolas dotadas con un extraordinario colorido.
Con la ilusión del principiante, Echevarria se asomó a contemplar el acontecer pictórico en la capital parisina, enfrentándose ante una pintura luminosa que tendía a despojarse de la realidad objetiva. así pues, se sintió gratamente sorprendido por la “luz artificial” con que estaban iluminados los cuadros, ya que ofrecían una sensación mucho más directa y más minuciosa de las calidades de la pintura, a diferencia de las distintas exposiciones españolas, en donde aun se mantenía la luz natural del recinto. Entre la obra de su amigo Iturrino, le pareció un tanto más logrado su óleo titulado “La juerga” (“Apres la fete”) que el de “Mujeres a caballo” (“Femmes á cheval”) . Curiosamente, en medio de aquel cúmulo de lienzos colgados en las paredes, ante todo, le sorprendió un cuadro de Cezanne, a quien desconocía por completo, calificando su óleo de una “brutalidad sorprendente”.
Sin embargo, este primer encuentro con el acontecer de la vanguardia artística en París no lograría sino defraudar sus más íntimas expectativas . Al año siguiente, en su visita al recién inaugurado Salón de los Independientes en 1904, dispuesto a orillas del Sena, le molestó mucho la abierta anarquía de los cientos de cuadros expuestos sin ninguna previa selección, sin ningún criterio estético.
De algún modo, el maremágnum de obra mediocre sacaba a relucir el excesivo número de pintores advenedizos que merodeaban en la capital francesa en busca de novedades artísticas.
Por entonces, pensó en ir a hablar con el pintor Eugene Carriere para ponerse bajo su dirección, al igual que años atrás habían acudido el propio Matisse y Derain, sus amigos los artistas vascos o bien distintos artistas catalanes, Rusiñol, Casas, Utrillo o Sunyer (1900), pero al final desechó la idea por completo, escogiendo realizar su trabajo en solitario de modo autodidacta.
Delante de un panorama artístico abiertamente rompedor caracterizado por una inédita explosión de color, su estilo fue desenvolviéndose dentro de un postimpresionismo personalizado mediante un proceso lento y reflexivo, creando una técnica propia “que no fuera improvisada, sino nacida del estudio amoroso y paciente de las cosas” . Durante estas fechas pintaba su “ Autorretrato” (1906) parisino, en el que su busto con gesto grave expresionista dejaba atrás al ponderado y elegante joven ingeniero salido del febril ambiente bilbaíno a comienzos de siglo, evidenciando su costoso nacimiento a la vida de artista.
A partir de ahí, en sus retratos se ponía de relieve su preocupación constante por captar la vivencia interior de sus retratados, aunque encauzándose en una diferente gama de color. En el rostro de “Mademoiselle Lucie” encerraba una fuerza emocional a la que se añadía un aire decadentista a través de las tonalidades violetas, sobre un fondo de verdes y rosas pálidos . Poco a poco, se abría al fluir artístico parisino del momento. Cierto aire fauvista ponderado emergía en su pintura, en busca de la expresividad del color , pero sin dejarse alterar demasiado por todo aquello novedoso que salía a su paso, sencillamente trabajando de una manera más pausada.
En el escenario cultural francés sus primeros contactos fueron dos personajes amigos del escultor Paco Durrio, los escritores Charles Morice y Pierre Paúl Plan. El crítico de arte y poeta, Morice, estaba considerado un crítico literario afín a la escuela simbolista y era amigo de artistas como Paúl Gauguin, con quien colaboro en la redacción de su libro autobiográfico titulado “Noa-Noa” (1897). De ahí su deliberado apoyo a la labor de todos aquellos jóvenes creadores pertenecientes al círculo gauguinano, conocidos como el grupo de los Nabis. Pero además, mantuvo un creciente interés acerca de la pintura española , ante todo, de algunos creadores vascos y catalanes renovadores que se desenvolvieron en el ambiente parisino. Es significativo que en 1903 visitara la capital bilbaína a fin de contemplar de cerca la obra de los artistas modernos vascos en la Tercera exposición de arte Moderno. De alguna manera, como crítico de arte en el periódico “Mercure de France” favoreció la proyección de aquellos artistas españoles que se movían en medio de aquel bohemio ambiente artístico parisino.
Tanto Durrio como Echevarria fueron miembros de una Sociedad de artistas franceses y extranjeros, promovida por el propio Morice. En cierta ocasión, Juan se ofreció como intermediario en la venta de uno de sus grabados de Gauguin , cuyo motivo era el busto del poeta “Mallarme”, el cual fue adquirido por su amigo Leopoldo Gutiérrez Abascal. De manera reiterada, prestó su ayuda en la venta de objetos artísticos pertenecientes a sus compañeros y amigos artistas. En 1910, le dedicó a Morice una de sus primerizas naturalezas muertas compuesta por diversos instrumentos musicales, tal que trompetas, tambores, y algunos accesorios de los saltimbanquis y feriantes callejeros que se desenvolvían a diario en el barrio de Montmartre.
Durante esas mismas fechas, también llevó a cabo el retrato del literato suizo, “Pierre Paúl Plan”, escritor dedicado de lleno a la historia de la literatura , conocido por su obra la “Correspondencia general de Juan Jacobo Rousseau”. Con un semblante romántico por su cara afilada con bigote y perilla, le pintó en dos ocasiones, uno de los cuales fue expuesto en la Sexta Exposición de Arte Moderno celebrada en las Escuelas de Berástegui de Bilbao (1910) y al año siguiente en el Salón de Otoño parisino (1911) con buena acogida de crítica.