8. EL INCIERTO PANORAMA ARTISTICO ESPAÑOL.(1926-1927)
8.1 LA FRAGILIDAD DE LA SOCIEDAD DE ARTISTAS IBERICOS
Después de haber transcurrido un año escaso desde la celebración del Salón de los Ibéricos convocado por la S.A.I. (Sociedad de Artistas Ibéricos), ya se temía por la fragilidad de su existencia. El devenir del panorama artístico español se mantenía todavía incierto. El acuerdo mutuo entre todos estos creadores que habían abogado por un tipo de exhibiciones con calidad dentro de un espíritu de renovación estética, no se había consolidado suficientemente.
Ricardo Gutierrez Abascal, esperanzado con la consecución de esta recién nacida Sociedad de Artistas Ibéricos, sin tener noticias después de un año de ninguna iniciativa de tipo expositivo, se dirigía abiertamente a uno de sus principales organizadores, su amigo Manuel Abril: “No cree Ud. pues que ha llegado la hora de oponer el cacicazo de algunas sociedades artísticas, que, en realidad, no tiene otra razón de ser que la preparación del censo electoral de las Exposiciones Nacionales, una Sociedad, como la que fundaron Uds., constatada en acendrado amor al arte, austera y justa en el ejercicio de sus funciones y dispuesta a luchar contra todos aquellos que enturbian constantemente las aguas de la protección que el Estado español dispensa a las artes”.
En respuesta, Manuel Abril le manifestaba que la S.A.I. aun se mantenía viva y que no había desaparecido del panorama artístico nacional. Si bien, consideraba que al estar conformada por una minoría, no pretendía ser oposición de nada ni de nadie, sino que su misión se limitaba, ante todo, a exponer y propagar el arte: exponer obras y propagar orientaciones. No obstante, se quejaba de que una mayoría de los que habían protestado contra las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes a menudo eran los mismos que con posterioridad se declaraban enemigos de la S.A.I.:“Y eso que la Sociedad no se proponía nada, nada más que exponer, sin atacar a los demás y sin regatearles medallas. Y es que casi todos, casi todos, son, en el fondo, enemigos de toda verdadera renovación y de toda amplitud sincera de criterio. Muchos están en arte, más cerca de los jurados corrientes, que de cualquier orientación verdaderamente estética.”
Así pues, el crítico vasco, ante la precaria situación creada por la escasa actividad de este pequeño grupo de artistas, le advertía del inminente peligro de acabar convirtiéndose, metafóricamente hablando, en una sociedad de “música de cámara”, en algo selecto pero del todo ineficaz: “En España, donde lo más elemental no se ha realizado todavía, si bien la “música de cámara” puede ser refugio y lugar de salvación espiritual, por otra parte, parece que el deber nacional nos llama a todos a actuaciones en círculos más extensos.” Por consiguiente, dicho año (1926) constituía un momento crucial para el desarrollo de la recién nacida S.A.I.. Todos los continuos esfuerzos encaminados para su permanencia podían acabar en nada, si no perduraba la labor emprendida por el Comité organizador, del que había formado parte Echevarría, y aquellos otros que se habían adherido a esta Sociedad.
En cualquier caso, a las dificultades normales para sacar adelante un proyecto de esta categoría no les faltaron enemigos dentro y fuera . No solo por el revuelo que habia causado la Exposición de los Ibéricos en el ámbito artístico madrileño, sino porque a esto se sumaban algunas desavenencias surgidas dentro de la propia Sociedad de los Ibéricos. De alguna manera se ponía en relieve cierta falta de entendimiento entre algunos de los creadores más jóvenes y aquellos maduros, que ya llevaban al menos una década trabajando por alcanzar un espacio nuevo dentro de un ambiente pictórico mayoritariamente académico. Cierta falta de complicidad mutua que favorecía una situación de poca cohesión, favoreciendo que el proyecto no avanzase a un ritmo ajustado . Al final, Gutierrez Abascal no estuvo nada descaminado al presagiar el peligro que entrañaba el desenvolvimiento de una minoría selecta. En poco tiempo, la inactividad latente produjo su paralización temporal, por lo que hubo que esperar hasta el año 1931 para que el grupo de artistas Ibéricos reapareciese de nuevo ante el público en una exposición celebrada en San Sebastián.
De nuevo el pesimismo se fue apoderando del ánimo de los artistas españoles renovadores, pues se venía abajo la mejor alternativa posible ante el tono académico de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Coincidía además que la Exposición Nacional madrileña de 1926 había vuelto a ser foco de atención por sus descaradas intrigas internas. Algunos creadores de reconocido prestigio después de presentar su obra en la Exposición Nacional y tras el fallo del jurado, pusieron en cuestión en una encuesta realizada por el periódico “El Heraldo de Madrid” la validez de la concesión de las medallas.
Abiertamente, se hacía una dura crítica al hecho de que el amiguismo y la camaradería procurasen galardones a un círculo cerrado de artistas, en concreto, a los amigos de la Asociación de Pintores y Escultores, mientras que los demás se sentían completamente minusvalorados por el jurado. Distintos conocidos artistas renovadores se sumaron a las críticas en prensa como el pintor Julio Moisés, señalando el caciquismo por parte de la Asociación de Pintores y Escultores, o bien Cristóbal Ruiz y Ricardo Baroja, comentando que dichas exposiciones debían suprimirse. En la misma línea, Vázquez Díaz, afirmaba que allí todo eran amaños y que continuarían siéndolo en el futuro mientras que los Jurados fueran elegidos por los mismos que obtenían las primeras medallas, entre los cuales consideraba que no había ninguna persona artísticamente honrada.
En este sentido, Echevarria salía al paso manifestando su total desconfianza en la eficacia protectora del Estado hacia los artistas, puesto que tales ayudas no se concedían generalmente a los más aptos , sino a los más hábiles en el arte de la intriga:
“El jurado debiera formarse, a mi juicio, por personas completamente ajenas a estos certámenes oficiales. La primera condición para pertenecer a él debiera ser la de no haber participado en ningún momento en unas de esas exposiciones, y estar, por lo tanto libre de todo pecado.”
No se ocultaba el tejemaneje que había que seguir para el logro de una medalla. El día anterior a la apertura de sus salas, denominado día del “barnizado” o “barnizaje”, término proveniente del francés “vernissage”, los expositores más veteranos solían orientarse sobre las posibilidades y los modos de conseguir una medalla mediante el intercambio de elogios mutuos tributados entre los mismos participantes, por si acaso alguno de ellos llegaba a formar parte del Jurado en la adjudicación de los galardones.
No obstante, permanecían otras exhibiciones individuales de signo moderno, algunas organizadas por distintas galerías de arte en manos privadas y otras convocadas por conocidas entidades como “El Heraldo de Madrid”, que favorecieron el espacio más renovador dentro del ámbito cultural español . Sin duda, este tipo de exposiciones fueron las verdaderas impulsoras del moderno quehacer artístico en nuestro país con mayor presencia en Cataluña , el País Vasco y la capital madrileña.
Durante el año 1926 tuvo lugar en el Círculo de Bellas madrileño una curiosa exposición del pintor santanderino Luis Quintanilla en la que mostraba numerosos estudios y bocetos que había llevado a cabo como muralista durante su estancia en la ciudad de Florencia. A su vuelta de Italia, tras haber sido becado dos años , encontró en Echevarria a uno de sus mayores admiradores, entre otras cosas, le compró una de las tejas planas en donde estaban pintadas las botas de Benedetto. El personaje de Benedetto no era otro que un albañil italiano que le había enseñado a pintar al fresco, oficio que él mismo aprendió trabajando durante largo tiempo junto a su padre en la restauración de la iglesia de la Santa Croce florentina. De alguna manera, las botas de Benedetto podían recordar a aquellas otras botas del cuadro de Van Gogh que años atrás tanto le habían entusiasmado a Echevarria en París.