6.2 EN SU ESTUDIO DE PINTURA: AMISTAD CON LOS LITERATOS NOVENTAIOCHISTAS
A comienzos de los años veinte, atraido por el clima benévolo del cantábrico, Juan acudía con su familia durante el verano al pueblo guipuzcoano de Oyarzun, en donde poseía una finca su cuñado Rafael Picavea Leguia. Desde la ventana de una habitación de la casa , se dedicó a tomar diversas vistas panorámicas del frondoso jardín de la finca . Paisajes, trabajados con una rica gama cromática en verdes y amarillos, en donde resaltaban una variedad de vegetación diseminada alrededor de un estanque, entre los que sobresalía un sauce llorón.
Rafael Picavea, era un audaz empresario, fundador de la revista grafica “Novedades” y del periódico “El Pueblo Vasco” de San Sebastián, en donde colaboraron algunas de las firmas literarias más conocidas de su época: su amigo Ramiro de Maeztu, Pio Baroja , José Mª Salaverria y Azorín , quien aspiró en cierto momento a ser director del periódico. Siempre se mantuvo cercano a aquellos artistas vascos renovadores de su tiempo, por lo que no escatimó espacio en la publicación de artículos a la hora de dar a conocer la obra de los miembros de la A.A.V. De hecho, en 1903, le encargó a Darío de Regoyos dos grandes frisos con motivos vascos para la decoración de las salas principales de su mansión en Oyarzun .
A partir de su residencia definitiva en Madrid , Echevarria se propuso llevar a cabo una galería de retratos de los literatos noventaiochistas, tras pasar innumerables horas con aquella generación de brillantes escritores en la vanguardia de la literatura española, con los cuales mantuvo un trato a diario en cenas y tertulias de café. A través de los años llevó a cabo la galería más completa de retratos de los literatos del 98 . A pesar de poseer claras diferencias en sus ideales políticos, a esta generaciónliteraria les había unido una serie de rasgos comunes por el contexto histórico que les había tocado vivir, a menudo con una actitud disconforme con la política oficial, concienciados de la imperiosa necesidad de abrirse a Europa. Desde su juventud, en cada uno de ellos había anidado un espíritu de rebeldía y de individualismo a ultranza que les hacía dueños de una fuerte personalidad que trascendía a su faceta literaria. A través de los años llevó a cabo la galería más completa de retratos de los literatos del 98 .
Por entonces, a su estudio de la calle de Sagasta nº 17 acudían con frecuencia sus amigos escritores y artistas, personajes del mundo intelectual madrileño. En los primeros meses de 1923 daba sus últimas pinceladas a aquellos enormes retratos ejecutados pacientemente, poco antes de que fueran a ser colgados en su exposición del Salón de los Amigos del Arte. Uno de los asiduos, el crítico Ricardo Gutierrez Abascal describía así su lugar de trabajo:
“Un estudio de pintor que trabaja solitaria y obstinadamente. Un verdadero taller. Gran desorden de caballetes, lienzos, marcos, libros, frutas medio pasadas, jarros antiguos con flores frescas o marchitas, una fotografía arrugada de un retrato del Greco, otra de Goya; y con alguna frecuencia, polvo en el suelo y polvo en los muebles; una tarima, y sobre la tarima, una silla. Es el estudio del pintor Juan de Echevarria. Es el obrador de un artesano que trabaja todas las horas de luz”.
Con lucidez, el escritor Ramón Gómez de la Serna, a quien no llegó a retratar, expresaba su talento de retratista: “Sus retratados con categoría espiritual se asoman del revés en sus cuadros, es decir, se asoman a la cueva de su alma, iluminándose con su luz interior y, sin embargo, envueltos con gran fuerza en su naturalidad exterior.(…..) Con algo de un Solana elegante, Echevarria tiene el pulso sereno y enrostra sus retratos como si viese, oyese y sintiese el intelecto de sus retratados y su ávida angustia.”
En 1920, Echevarria se trasladaba con su familia al segundo piso del Paseo de la Castellana , 49. Desde su residencia en Madrid, Ramón del Valle-Inclán se convirtió en uno de sus modelos preferidos , ambos eran asiduos en las tertulias del café El Gato Negro, el Café Regina y La Granja del Henar . Su amistad con el escritor gallego le había llevado a retratarle en más de una ocasión, en distintas actitudes propias de su original talante, concentrado leyendo, o bien con una actitud altiva y desafiante . Su cotidiana relación le animó a retratar a su hija “Mariquiña Valle-Inclán”, mas joven que su hijo José, la cual estuvo invitada en su casa durante una temporada. Entre sus recuerdos de niñez, Mariquiña recordaba el extraordinario sentido musical del pintor, a quien solía escuchar tocar el piano casi a diario, e incluso señalaba que algunas partituras musicales estaban escritas por el propio Echevarria , partituras que por desgracia no lograron ser salvaguardadas después de la Guerra Civil.
Valle-Inclán, a pesar de su talento literario, debido a su innata extravagancia y a su espíritu innovador en su literatura, tuvo escasa aceptación en las editoriales de la época. Poseía un espíritu enormemente imaginativo y fantasioso, y a menudo le gustaba sorprender a sus conocidos , llegando a veces a inventarse curiosas historias, en las que él se sentía el protagonista de la escena. Así pues, estuvo rodeado de amigos artistas e intelectuales que siempre le ayudaron en algunos momentos de precaria situación económica. En 1922, le organizaron un multitudinario homenaje en el restaurante madrileño Fornos (1-4-1922 ), distinguiéndole como uno de los escritores más sólidos de la literatura contemporánea española y a los postres Unamuno le dedicaría unas sentidas palabras. Por esas fechas , Valle-Inclán era invitado a una cena en casa de Echevarria , a la que acudiría Pilar Zubiaurre sin la compañía de su marido R.Gutierrez Abascal.
En febrero de 1923 los directores de la revista “La Pluma “ (8-2-1923) , M.Azaña y C.Rivas Cherif, decidieron dedicarle un número monográfico, en cuyas páginas colaboraron destacadas firmas literarias , ilustradas con el retrato de ” Valle-Inclán de perfil” de Echevarria. Precisamente, en dicha revista el escritor gallego tuvo la oportunidad de publicar su novela titulada “ Cara de Plata”, al mismo tiempo que conseguía cierto acuerdo económico con la editorial Renacimiento.
A partir de finales de este mismo año (1923), con el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, Valle-Inclán sostuvo una postura de dura oposición frente al nuevo gobierno español, arremetiendo sin ningún pudor contra la política vigente en las tertulias de los cafés madrileños. Una actitud de hostilidad que quedó reflejada en su libro “La hija del capitán “ , censurado por las autoridades y secuestrado antes de su publicación . Ante su respuesta contestataria y provocadora, Echevarria tuvo que echarle una mano para salir de la cárcel en más de una ocasión . El escritor Ramón J. Sender recogía el momento de la detención del autor gallego en una calle cercana a la Castellana madrileña después de dar un paseo en compañía del pintor bilbaíno : “Las diez de la noche en abril aun indeciso. Valle-Inclán iba Castellana arriba con Don Juan Echevarria, el pintor. Despacio, haciendo frecuentes paradas. Valle-Inclán pasea mucho y prefiere en verdad la Castellana, Rosales, La Moncloa, los sitios donde la ciudad no deforma demasiado la luz campestre plana y ancha (…) Ya cerca del hipódromo, se desviaron por Diego de León. Desmontes, Solares; a la izquierda, la calle aristocrática donde vive el escritor, y enfrente, algo apartada, la casa de Echevarría. Al separarse, los agentes, que acechaban, cayeron sobre Valle-Inclán. Volvió a quedarse a solas en la celda”.
A diferencia de Pio Baroja, Valle-Inclán siempre se había mostrado mucho más interesado en la faceta retratista de Echevarria. Pero si en su primer retrato había representado al escritor manco , sentado en una silla, tomado de perfil con su mano sobre un libro, delante de su biblioteca, en los años veinte se proponía llevar a cabo la imagen del fabulador aventurero, del imaginativo pensador, situándolo en un escenario al aire libre.
En 1922 concluía su cuadro “ Valle-Inclán con poncho”, situándole en un escenario exterior. Erguido, abrigado con un poncho pampeño y botas camperas, apoyaba su mano en un elegante bastón, mientras a través de sus quevedos permanecía oteando el amplio horizonte. Era la imagen del Valle-Inclán rebelde, vestido con la misma indumentaria con que entraría en la cárcel madrileña en tiempos posteriores de la Dictadura de Primo de Rivera.
El literato parecía transformarse en un actor mostrando su cara más altanera y desafiante, algo en sintonía con uno de los hombres de letras más extravagantes de la época. Su expresión en el cuadro descubría al luchador activo, al obstinado idealista y al provocador inagotable frente a una sociedad burguesa. Un retrato que bien podía reflejar al protagonista de su propia novela “Tirano Banderas”, al que un crítico de la época tildaba de aventurero y general de los ejércitos mejicanos “que apareció mandando una partida carlista , allá por las tierras de Urbasa y Andía y las Amezcoas en Navarra, émulo de Zumalacárregui, cuyo nombre de guerra fue Don Ramón Maria, el manco”. El lienzo fue pintado después de la estancia del escritor en tierras mejicanas, aunque antes de que hubiera publicado su novela de “Tirano Banderas” ( 1926).
En cualquier caso, tal y como describía su amigo R. Gutierrez Abascal , la inspiración del retrato había surgido durante un viaje a Toledo, despues de que se les estropeaba el coche a mitad de camino: “Ibamos un día con Echevarría camino de Toledo. Hacía frío. El “auto” era de los abiertos, y Don Ramón se cubría con el poncho pampeño que viste en el retrato. Con el mismo entró en la cárcel en tiempos dictatoriales. Un pinchazo, y echamos pie a tierra. Valle-Inclán se subió en un montículo. El viento frío le azotaba firme. Su actitud desafiando a los elementos era de las heroicas que él tomaba: pero, como no tenía apenas cuerpo , como lo suyo era el de un practicante de la “yoga” indostánica, lo heroico se escurría por la vertiente de lo cómico. Era la estampa de Don Quijote revivido. Le hice una seña a Echevarria. Pasaron algunos meses y pintó este buen retrato.”
Según el poeta José Moreno Villa, a Valle-Inclán que tenía alma de aventurero le hubiera gustado ser un guerrillero, pero ni su complexión física , ni su naturaleza le acompañaban, por lo que su habitual atuendo y su carencia de un brazo le daban un aspecto más cercano a Don Quijote que a un poderoso paladín.
El retrato de Valle-Inclán ataviado con poncho causó tal sensación entre el público madrileño que el industrial de origen urugayo, gran coleccionista de objetos de arte, Ramón Rodríguez, encaprichado, consiguió comprarlo tras la exposición , debido a su pertinaz insistencia. Echevarria, que había decidido no venderlo a ningún particular, le propuso un precio desorbitado para ver si se desanimaba en el intento. A pesar de todo, este conocido coleccionista aceptó la cantidad de buena gana , 20.000 pts, siendo adquirido con la única condición de que a su fallecimiento la obra pasase a formar parte de la colección del Museo de Arte Moderno madrileño. En adelante, su mujer, María de Bauzá, como se había acordado donaría el retrato del literato al Museo madrileño el 26 de junio de 1935.
Dentro de la galería de los autores noventaiochistas pintados durante esas fechas también llevó a cabo el sólido retrato de “Azorín” , sentado plácidamente con el trasfondo de las ancestrales murallas de Avila. Poco tenía que ver su imagen con la del personaje pulcro de antaño que había utilizado monocle en su juventud y que se acompañaba de un singular paraguas rojo, sino que recogía la figura del pensador maduro, interesado en una visión de la España milenaria a través del paisaje castellano. Azorín, sobrevolando con su pensamiento, una de sus ciudades más queridas, Avila, aquella tierra motivo de reiterada inspiración en la generación del 98. Un retrato del cual R.Gómez de la Serna escribía : “El pasmado Azorín, cuyo profundor se les ha escapado a muchos pintores, consigue en Echevarría su extática longitunidad, su largura de mirar que alcanza siglos y sobrevuela panoramas”.
Ante su acabada efigie dotada de una quietud estatuaria , el escritor alicantino no dejaría de quejarse por el sinnúmero de veces que tuvo que posar para su único retrato, sin desprenderse en ningún momento del abrigo, ni del libro que llevaba en la mano . Y aunque no se sentía del todo identificado con su ideario estético, en su recuerdo escribía: “Juan Echevarria amaba su arte celosamente. Pintaba con lentitud; no quería que nadie viera su cuadro antes de terminado. Aspiraba a poner un reflejo de idealidad en lo real: esa es la gloria del buen pintor”.
En esta época, otro de los mejores bustos salidos de su paleta se encontraba el del escritor donostiarra “José Mª Salaverria” , tomado casi de perfil, erguido, pensativo, desprendiendo cierto aire aristocrático casi semejante al magnifico retrato que pintó en los años siguientes . Amigo tertuliano, desde que descubriera su pintura en el Ateneo madrileño (1916), no dejó de interesarse por su trayectoria pictórica. Su presencia casi cotidiana en su estudio madrileño de pintura a lo largo de numerosos meses, le llevó a posar jornada tras jornada y a percibir como nadie la íntima exigencia de Echevarria ante el género del retrato en un intento de representar el trasfondo sicológico del modelo. De igual modo, en esta exposición colgaba otro busto de “Pío Baroja”, del cual el poeta E. Marquina describía el espíritu más pleno, “esta energía y tenacidad culminan en la pugna encarnizada , casi física y muscular, de boca prieta y contraído entrecejo, que se les está viendo sostener , para darles carácter a sus retratos”.
Si en 1919 Juan era reconocido como el artista “revelación” ante la sociedad bilbaína, 1923 supuso el año de su definitiva consagración en el ámbito artístico nacional. De hecho, su amigo Francisco Iturrino, de paso por Madrid unos meses antes de la apertura de su muestra, manifestaba con una expresiva ironía en una entrevista que la exposición de Echevarria iba a suponer un acontecimiento artístico en el ámbito madrileño y que quizás amargase a más de cuatro, refiriéndose a la controversia que podía suscitar debido a la visible consolidación de las modernas corrientes artísticas en nuestro país.
Por entonces, el pobre Iturrino se vio forzado a alejarse un tanto de los pinceles, desde que una grave enfermedad en una pierna le había obligado a someterse a una dolorosa amputación de un pié (1921) . Su precario estado de salud le llevó a recurrir a sus amigos artistas españoles y extranjeros para paliar su inestabilidad económica. En Paris, la exposición benéfica (1922) organizada por el historiador de arte francés E.Faure y Picasso en la Galería Paúl Rosenberg alcanzaba un completo éxito. A través de obra donada por toda la pléyade de los artistas más destacados del momento en la capital parisina, entre los cuales se encontraban Picasso y Matisse, se conseguía llevar a cabo una tómbola con un valioso conjunto de obra. Entre otros, treinta o cuarenta cuadros de las firmas más conocidas del momento, Matisse, Derain , además de la obra del artista cántabro, quien colgaba 20 lienzos suyos , algunos prestados por el propio Vollard. Mientras tanto, en la revista “España” Echevarria y Juan de la Encina fueron los encargados de llevar a cabo la consiguiente tómbola, aunque el resultado no lograría alcanzar la respuesta esperada. En menos de dos años aquel pintor con quien iniciara su andadura artística en Paris fallecía en Cagnes Sur de Mer (1924).