6.3 1923 : SU CONSAGRACIÓN ARTÍSTICA EN MADRID Y BILBAO
En el Salón de los Amigos del Arte madrileño, situado en el Palacio de Bibliotecas y Museos, se abría al público la exposición de Echevarria el 1 de febrero con la asistencia del ministro de Instrucción Pública, Sr. Salvatella, además de sus amigos el escritor José Mª Salaverria, Paco Durrio, Juan de la Encina, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón. El Catálogo de la exposición contenía una original “Glosa Literaria” escrita por Ramon de Valle-Inclán.
De algún modo, a través de su recorrido entre 42 lienzos, se podía apreciar su quehacer pictórico de la última década, desde sus obras parisinas, granadinas y abulenses hasta sus últimas efigies de sus amigos literatos llevadas a cabo en Madrid. En la prensa madrileña Luis Bagaria le dedicaba una curiosa caricatura en el periódico El Sol y el crítico R. Gutiérrez Abascal en un artículo titulado “Exposición Echevarria. Un Gran pintor moderno” volvía de nuevo a subrayar ese rasgo tan característico suyo del sentimiento de “insatisfacción” permanente en su labor artística, esa seriedad acostumbrada y exquisitez a la hora de elaborar cualquier obra :
“En el orden del trabajo artístico, ha vivido como un benedictino: paciente, incansable, reflexivo, torturado intensamente por su propia sensibilidad. Siempre insatisfecha, acuciadora terrible del sentido crítico, que volvía furiosamente contra su creación; y ahí han pasado en silencioso y acerbo combate quince años de su vida, labrando día a día, con minuciosidad amorosa, semejante a la de un vitalista medieval o del orfebre antiguo, una obra no copiosa pero tejida y sustentada íntimamente por las más delicadas y altas calidades estéticas”.
A partir de su traslado de residencia a Madrid (1918), Gutiérrez Abascal y Echevarria mantuvieron un trato casi diario. El interés por su pintura le llevó a acercarse a menudo a su estudio para verle trabajar de cerca, deteniéndose en el manejo de su técnica pictórica . Desde luego, el crítico vasco no desaprovecharía ningún acontecer artístico a fin de proyectar en la capital española al emergente grupo de artistas vascos modernos coaligados en la joven Asociación de Artistas Vascos. Durante esta época, ya había emprendido valientemente desde el periódico madrileño “La Voz” una lucha frontal y contundente contra las instituciones oficiales, empeñado en que pudieran desenvolverse sin trabas tanto las exposiciones individuales como las colectivas de signo moderno en la capital madrileña.
El escritor madrileño Luis Araquistaín, director de la recién clausurada revista “España” , escribía un artículo titulado “El retratista sutil”, en donde señalaba la calidad de sus retratos, reafirmando su capacidad de penetrar en la conciencia del modelo, sin apenas quedarse en la imagen superficial del retratado. “Se infunde él en su obra y hace que también nos infundamos nosotros”, alcanzando una “transfusión estética” , esto es, vivir en los demás sin dejar de ser uno mismo” . Por otro lado, el escritor José Mª Salaverria se detenía en otro de sus géneros pictóricos preferidos, sus naturalezas muertas, calificándolas de “insuperables naturalezas muertas”, manifestando : “No es posible hacer más con la materia inerte. Cada una de las naturalezas muertas de Echevarria es un canto donde los colores se enlazan en un ritmo divino. Nada más elegante, ni tan jocundo, ni tan rico, ni donde las cosas se animen con una tan armoniosa vida”. Ciertamente, entre sus magníficas naturalezas muertas, una era representada en la portada del catálogo y otra “Naturaleza muerta con limones y crisantemos”, era adquirida por el Museo de Bellas Artes de Bilbao al año siguiente (1924).
Pero además, el artista vasco mostraba al público sus últimos retratos de gitanos pintados recientemente en el pueblo burgalés de Pampliega. En sus “Corros de gitanos” recogía miembros de distintas familias de raza gitana , captando la mirada introspectiva de algunas de sus modelos, trabajados a través de un estudio pormenorizado de las masas cromáticas , cálidas armonías de color que desprendían una envolvente sensualidad. Algunos figuras estaban apenas esbozadas , pero con una capacidad inusual de trasmitir la belleza de la marginalidad asumida en la raza gitana. En esta ocasión, sus modelos pertenecían a ciertas familias gitanas asentadas en Pampliega, entre las cuales la matriarca del grupo era conocida con el apodo de “La Resalá” y sus hijas “ La Emilia”, “La Pera” y “La Maruja”.
Durante su estancia en tierra burgalesa llevó al lienzo distintas vistas panorámicas de los alrededores del pueblo, perfilando los viejos tejados de las casas junto a los campos, desde donde se podía vislumbrar al fondo el cerro de los Tornos desde los Molazgos . Paisajes trabajados con un exquisito juego cromático luminoso que poco tenían que ver con la anterior imagen más melancólica y ensoñadora de este pueblo castellano.
El eco de la muestra en la prensa internacional estuvo en manos de la crítica de arte, Margarita Nelken , quien le dedicó un extenso artículo monográfico en la revista parisién “L´Art i les Artistes”. En su opinión, Echevarria había sabido conciliar con maestría y sensibilidad lo mejor de la tradición de la pintura española junto con las técnicas modernas aprendidas, considerándole uno de los más completos artistas españoles de ese periodo: “La grandeza , el significado de la obra de Echevarria, de su papel en el arte español de hoy día: él es no el eslabón que une un pasado con todo el peso de su fuerza infranqueable con un futuro incierto ( lo cual no estaría mal) sino la afirmación y la garantía de nuestro porvenir. Es su equilibrio, el equilibrio que se apoya sobre la técnica más atrevida, sobre la sensibilidad más aguda, lo que les hace tan naturales, tan bien asentados, tanto el uno como el otro. En ese equilibrio que hace de la obra de Echevarria un punto de apoyo único en la producción española contemporánea.”
Pocas semanas después, eran invitados sus Majestades, los reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria el día 20 de febrero, acompañados por el presidente de la sociedad, marqués de Torrecilla, el señor Salvatella, su padre, el senador Federico de Echevarria, el propio pintor y su mujer. Y como colofón a la exposición , sus amistades en el ámbito cultural madrileño decidían brindarle una cena-homenaje en el restaurante madrileño Fornos , invitando con un comunicado de prensa a todo aquél que desease compartir aquel merecido homenaje:
“El arte de Echevarria (y no queremos con esto invadir el terreno de la crítica) representa un poderoso esfuerzo por mantener la pintura española al nivel de su gloriosa tradición, sin menoscabo (antes con mucha solicitud) para lo moderno, como es también lo tradicional en la España pictórica. Ese afán, ya bien logrado, del enérgico y a la vez tan fino pintor vasco es el que se propone reconocer y estimular públicamente con una afectuosa refacción los amigos de su arte, que lo son, sin duda, todos los buenos degustadores de la pintura original y humana. Quedan, pues, invitados todos, sin distinción de credos y particularismos, a compartir con los abajo firmantes el placer y el honor de sentarse en la mesa con Juan de Echevarria.
Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, Juan de la Encina, Eugenio D´Ors, Luis Bagaría, Enrique Díez-Canedo, Luis Araquistaín, Aurelio Arteta, Ramón Pérez de Ayala, Francisco Alcántara, Quintín de la Torre, José Sacristán, Victorio Macho, Alfonso Reyes, Ramón Gómez de la Serna, José Pinazo, Ramón Zubiaurre y Adolfo Salazar“.
La cena estuvo presidida por el Ministro de Instrucción Pública, sentado junto a Echevarria, Luis Araquistaín, Luis Bagaría, Benlliure y Juan de la Encina. El banquete fue presentado por su amigo el poeta E. Díez-Canedo, quien destacaría en su pintura los valores psicológicos de sus retratos y su sentido moderno de los valores plásticos. En respuesta, el artista bilbaíno agradecido, dentro de su característica modestia, tomaba la palabra diciendo:
“En España es corriente caer en el entusiasmo excesivo. Yo estimo que debemos reaccionar un poco contra esa peligrosa tendencia al ditirambo. En un símil un tanto progresista, diría que el entusiasmo es a la creación de la obra de arte, lo que la velocidad es a la máquina: excelente medio de llegar rápidamente a la meta de antemano fijada, pero con una condición, la de no descalabrarse en el camino”.( ….)”Renovación y no repetición, – afirmaría – es el arte”…… Concluyendo su intervención: “Al aceptar vuestro homenaje lo he hecho más en calidad de hombre , de aquel hombre un día tuvo un gesto romántico , el gesto de renunciamiento a un porvenir lleno de esperanzas materiales para obedecer al mandato de su vocación y de su conciencia , tomando rumbo hacia un ideal oscuro y enigmático tan solo perceptible para su instinto apasionado”.
A continuación, Ramiro de Maeztu dio una conferencia bajo el título: “La pintura de Echevarria”. El escritor alavés debido a su labor como periodista en el contexto europeo se había mantenido en contacto con el panorama cultural internacional, ejerciendo como crítico de arte en apoyo de aquellos considerados los renovadores del arte español, Regoyos, Echevarria o Solana etc. Precisamente, dentro de la muestra se exponía uno de sus retratos, en un gesto silencioso, cabizbajo , meditativo. Entre todos los escritores del 98, Maeztu el más estudioso de su obra, supo reconocer su talento retratístico. En su opinión, se trataba de un pintor que había sabido captar los valores sicológicos de los retratados y que perseguía la emoción estética junto con el carácter, de modo que su pintura, siendo rica en lo plástico, lo era mucho más en lo espiritual, y en este orden había superado al maestro del postimpresionismo.
La cena homenaje a Echevarria tuvo además una especial repercusión en el ámbito del arte contemporaneo español, pues puso de manifiesto que ya había llegado el momento propicio para consolidar la presencia del “arte nuevo” en Madrid. Al día siguiente de la cena, uno de los comensales, el pintor Gabriel García Maroto, escribió una carta abierta dirigida al crítico R. Gutierrez Abascal , animándole a que la publicara en el periódico “La Voz”, a pesar de que le hubiera gustado leerla en el propio homenaje de Echevarria , al encontrarse rodeado de la intelectualidad más representativa del país .
La singularidad de esta carta ponía de relieve la soledad de un gran número de artistas renovadores que sobrevivían a diario en medio de un excesivo aislamiento, en un estado casi de confinamiento y con una extraordinaria falta de cohesión entre ellos, por lo que “no sabéis la indignación que da el pensar en la ineficacia a que está condenado cierto tipo de artistas confinados dentro de sí mismos o influyendo insuficientemente en radios terriblemente limitados”.
Pero, ante todo, la propuesta de García Maroto respondía a la idea de reunir todas las primaveras una exposición en la capital española con aquellos creadores que se movían dentro de las corrientes artísticas modernas: “¿No será posible – yo lo advierto fácil – reunir todas las primaveras, desde la de este año, unas docenas de obras escogidas con atención entre las que se producen en su aislamiento esos hombres a quienes los artistas de escalafón, el público y la crítica han confinado a realizar sin aliento ajeno? ”. Aunque, para llevar a cabo esta exposición era indispensable la colaboración de un conjunto de intelectuales capaces de coordinar con buen criterio la puesta en marcha de esta exposición colectiva moderna a nivel nacional . “Y como no se trata de hablar, sino de conducir la nave, ¿sería difícil conseguir que la Comisión organizadora de la exposición antedicha la formasen, pongo por conocidos, Juan de la Encina, Juan de Echevarria, Eugenio d´Ors, Javier Nogués – ese espíritu fino catalán -, Juan Ramón Jiménez y Manuel Abril?” .
Ante el mensaje de García Maroto, el crítico vasco se adhería a la necesidad de consolidar la unión de los artistas renovadores. De algún modo, con la exposición de Echevarría había culminado un movimiento de renovación artística en Madrid , tras los fermentos del arte moderno que los años de la I Guerra Mundial habían traído a la capital madrileña: “ ¿ No explica esto, aparte de otras razones, el revuelo que se ha armado en torno a la obra del fuerte y delicado pintor vasco?. Don Ramiro de Maeztu me pedía hace unos días la causa de este revuelo. Le respondí, por un lado no pasa de una trifulca de arroyo, sin ningún valor, ni significación, pero por otro es una consecuencia tardía de que en Madrid, no se realizó de raíz una transformación artística semejante a la que en literatura realizaron los hombres de la generación del 98″.
En adelante, el éxito de la exposición de Echevarria no solo obtuvo un relanzamiento de su figura en el panorama pictórico nacional, sino que además contribuyó a propiciar un abierto debate dentro del ámbito cultural acerca del considerado “arte nuevo”. Concretamente, el escritor catalán Eugenio d´Ors, en su conocido ensayo titulado “Mi Salón de Otoño” publicado un año más tarde (1924) quiso incidir en que con esta muestra pictórica comenzaba a sentirse en la capital madrileña el interés por el arte nuevo: “ la primera exposición importante ( de Echevarria) celebrada en Madrid ( la primavera pasada) ; a raíz de la cual cabría decir, sin demasiada inexactitud , empieza en Madrid el interés por el arte nuevo” .
Ciertamente, la buena acogida de la exposición madrileña de Echevarria, además de la venta de distintos cuadros entre retratos y naturalezas muertas, trajo consigo la solicitud por parte de la Junta de Cultura Vasca a exponer en Bilbao durante el mes de junio de este mismo año. A propuesta del diputado Hurtado de Saracho se plantearía la puesta en marcha de la muestra pictórica de Echevarría , en la que se invitaba a su amigo el escritor Ramón del Valle-Inclán para que diera una conferencia acerca de su pintura.
En el mes de junio, Juan viajaba a la capital vizcaína para hacerse cargo de la instalación de todos sus cuadros en el Salón de la Sociedad Filarmónica. El día 3 de junio se inauguraba su exposición con la asistencia de los representantes de la Junta de Cultura vasca, Sr. Hurtado de Saracho, E. Leal, J. Zuazagoitia, J. C. Gortázar, R. Gortázar en nombre del Museo , su hermano Luis Echevarria y la presencia excepcional de su amigo el escultor Paco Durrio entre el variado número de artistas.
Una semana más tarde , la llegada de Ramón de Valle-Inclán a la estación ferroviaria bilbaína despertaría un enorme revuelo entre el público y la prensa vasca. Después de ser recibido por la Junta de Cultura Vasca, era invitado por la Diputación de Vizcaya a una cena en el conocido Club de la Sociedad Bilbaína. Su estancia en la villa transcurrió junto al pintor en el chalet de su padre, Federico de Echevarría.
Sin duda, el literato gallego aprovechó su estancia para recorrer algunos de los más afamados escenarios de ciertos conflictos bélicos, en donde aun perduraba la huella de la tradición carlista, los pueblos de Oñate, Vergara, San Pedro Abando, Durango, debido a que estaba escribiendo un libro acerca de las guerras carlistas. Y quedó entusiasmado después de visitar el Sanatorio de Górliz (Vizcaya), afirmando que era probablemente uno de los mejores centros sanitarios de Europa. Por esos días, acudió a la tertulia del café Boulevard, agradeciendo la amabilidad de los vizcaínos además de distinguir la superioridad de esta tierra en materia de educativa y sanitaria frente a otras regiones españolas.
Su conferencia sobre “La pintura de Echevarria” produjo una enorme expectación el día 12 de junio, asistiendo una multitud de gente con ánimo de ver de cerca al famoso y extravagante literato en el mismo local de la Sociedad Filarmónica. Valle- Inclán no solo era un conferenciante con una facilidad de palabra extraordinaria , sino que su peculiar efigie en los cuadros de Echevarría había suscitado el interés de la crítica española . En nombre de la Junta de Cultura Vasca, Joaquín de Zuazagoitia, puso de relieve una somera visión acerca de su pintura, a través de los distintos retratos del autor gallego, pintados con una compleja combinación de sensualidad e intelectualidad, dando lugar, por ello, a un arte contemporáneo:
“Juan de Echevarria ha pintado dos retratos de don Ramón María de Valle-Inclán. Los tenéis ante vuestros ojos. En el uno, don Ramón, espectral y luminoso, como un santo de vidriera gótica, apoya la descarnada mano, huérfana de su gemela, sobre un libro que bien pudiera ser del quietista Miguel de Molinos. En el otro, don Ramón, con traza de guerrillero, da al aire del campo sus largas barbas y los vuelos de su capote leonés”. ( …)
A continuación, Ramón de Valle-Inclán, tomaba la palabra, comentando que él prefería improvisar su conferencia sin ningún apunte para mostrar cómo se iba elaborando el pensamiento del conferenciante, y “siempre es grato verle trabajar”. En su extensa alocución, el autor gallego ofreció al público un discurso original, cargado de imágenes efectistas. Valle-Inclán llegó a posar como modelo hasta sus últimos días , quedando inacabada su último retrato , ataviado con capa negra.
A finales de este afortunado año, un trágico suceso golpeó de nuevo a su familia, su hermano menor Ramón Echevarria, el considerado “cazatalentos” musicales y el mejor copista de su obra, fallecía en plena juventud de una enfermedad cardiaca.