7. LA SOCIEDAD DE ARTISTAS IBERICOS (S.A.I.). (1925)
7.1 HACIA LA SOCIEDAD DE ARTISTAS IBERICOS (S.A.I.)
En el verano del año 1925 , Juan pasaba una temporada con la numerosa familia de su hermano Luis, en la finca de su mujer, Matilde Uribe, el pueblecito vizcaíno de Elorrio (Vizcaya), en donde solían pasar las vacaciones con sus hijos.
Juan aprovechaba su estancia para trabajar en la composición de un enorme lienzo de casi tres metros por cuatro, en el que posaron sus sobrinos Jaime , Alfonso, Luis Fernando, Federico, y el más pequeño de todos, Rafa, vestido con una bata roja montado en un burro en el jardín de la casa . Según su sobrino, el pintor Federico Echevarria Uribe, el óleo casi terminado tuvo la mala fortuna de desaparecer de la casa familiar durante la Guerra civil española. A pesar de todo, sí pudieron conservarse los pequeños retratos de busto de Rafa, Luis Fernando y Jaime . Únicamente a Federico le retrató sentado de cuerpo entero, en un óleo de mayores dimensiones.
Con la apertura de la exposición del Salón de Artistas Ibéricos en mayo de 1925 venía a culminar la primera muestra conjunta del arte contemporáneo español. En todo caso, era visible la ineludible participación de aquellos que habían ejercido su labor de pioneros, ya en edad madura, junto a las mas jóvenes vanguardias del arte español. Aunque , antes de que se conformara la Sociedad de los Artistas Ibéricos en la capital madrileña hubo un largo recorrido de sombras y dificultades, de indiferencia, asumiendo diversas propuestas fallidas , a causa de la falta de apoyo de las instituciones públicas, pero, sobre todo, por una carencia de complicidad entre las dos principales asociaciones de vanguardia, situadas en la periferia: Bilbao y Barcelona.
Años atrás , en 1920, el propio R. Gutierrez Abascal había apostado por impulsar la creación de una “Sociedad de Artistas Independientes” animado por el creciente número de artistas de signo moderno que se iban asentando en la capital madrileña. De alguna manera había llegado el momento de impulsar un centro artístico que actuase como foco irradiador del arte contemporáneo español a nivel nacional e internacional. Había llegado el momento de enfrentarse al escaso reconocimiento nacional que aun poseían una mayoría de los creadores renovadores españoles debido a la atonía que padecía el ambiente cultural en nuestro país.
Según el crítico vasco, la diferencia entre el desenvolvimiento de las corrientes artísticas renovadoras en Francia y España era cada vez más palmaria. Al contrario que en Francia, cuyos movimientos independientes habían conquistado poco a poco a la opinión pública, en España, algunos artistas considerados modernos, ante su impotencia, se habían visto obligados a la emigración. Así pues, mientras que en otros países, siguiendo el ejemplo de París, se habían desplegado “en tercas guerrillas combatientes del secano académico toda clase de sociedades y grupos artísticos portadores del espíritu nuevo, los artistas independientes españoles habían dejado el campo libre, sin combate, refugiándose en provincias o a la sombra de éste o el otro movimiento nacionalista, o bien emigrando al extranjero, en donde habían establecido su reputación y modo de vivir”.
Por consiguiente, era preciso que todos los artistas de signo renovador se coaligaran entre sí dentro de una “Sociedad de Artistas Independientes”. En alusión a aquellos creadores, a cuyo regreso de la capital parisina, habían conformado sus propias agrupaciones en sus regiones, tales como la bilbaína Asociación de Artistas Vascos o el grupo catalán “Les Arts i els Artistes”, acostumbrados a trabajar en solitario con un escaso reconocimiento . Ante esta precaria situación R. Gutierrez Abascal proponía una necesaria coalición:
“Existen actualmente varias asociaciones artísticas que, secundadas por los “independientes” de Madrid, podían dar origen a una Sociedad Nacional de Artistas Independientes de España. “La Asociación de Artistas Vascos” de Bilbao, y la “Les Arts i els artistes “ de Barcelona- por ejemplo, podrán ser quienes unidos circunstancialmente a estos efectos, dieran los primeros pasos para la creación y establecimiento en Madrid de una sociedad de este tipo. De este modo, los artistas “independientes” se forjarían un instrumento poderoso de lucha contra la oligarquía oficial y con la desorientación del gusto público en condiciones bastante ventajosas que no las desastrosas actuales. Brindamos la idea a Joan Sacs de Barcelona; a Gregorio Ibarra de Bilbao; a Victorio Macho, Piñole y Juan de Echevarria, residentes ahora en Madrid”.
Desgraciadamente, en esta fecha (1920), la idea de una “Sociedad de Artistas Independientes” no iba a fructificar en nuestro panorama artístico nacional, en cambio, sí se conseguía despertar una clara conciencia en algunos círculos intelectuales nacionales de la prioridad de avanzar hacia la conquista de un nuevo escenario para el arte contemporaneo español. Al año siguiente, el crítico literario y de arte Guillermo de Torre junto a un grupo de hombresde las artes y letras que solían reunirse en la casa madrileña del matrimonio de los pintores Delaunay, entre otros, D. Vázquez Díaz, M. Abril, A. Salazar, G.Torre…etc, proponían de nuevo en un breve manifiesto la celebración de un Salón de Independientes. A continuación, en apenas unos meses, otro crítico de arte ,Antonio Espina, tras visitar el Salón de Otoño madrileño en 1922, volvía a incidir en la prioridad de que se llevaran a cabo en la capital española una o varias exposiciones, congregando a aquellos artistas considerados independientes: “ Los Salones de Otoño son un remedo de la Exposiciones Nacionales y estas ya sabemos lo que son. La misma etiqueta y el mismo frío académico, idéntica vulgaridad reina en un sitio que otro.! Y soñábamos con un Salón de Independientes! ¡Y creíamos que era lo único que faltaba para dar expresión a la genialidad de los artistas! ”.
Sin lugar a dudas, aquellas sucesivas voces aisladas pertenecientes al ámbito cultural madrileño, cansadas de la ausencia de un centro que aglutinara a las distintas corrientes del arte contemporáneo español, alimentaron un ideal que al fin se ponía en marcha , tras la cena homenaje celebrada a Juan de Echevarria en el madrileño restaurante Fornos (febrero de 1923). En esta ocasión, el pintor Gabriel García Maroto plantearía en una carta abierta en la prensa al crítico R. Gutierrez Abascal que, ante la situación desalentadora en que sobrevivía el mundo del arte de signo moderno español, había llegado la hora de los “Independientes”, de los artistas sensibles y hondamente preocupados con los problemas de su arte y de su tiempo.
En respuesta, el crítico vasco le manifestaba que “en esa labor, y tal vez combate, me tendrá siempre a su lado, y espero no ser el más remiso y poltrón de todos los que combaten por tan noble y alta causa“. Si bien, decidía no adherirse a la firma del Manifiesto de los Ibéricos, considerando que de esa forma era posible apoyar mejor el nuevo proyecto. Al situarse fuera del Comité, pretendía colaborar con mayor eficacia e independencia, siendo uno de sus principales defensores y promotores a través de un extenso seguimiento en el periódico “La Voz”.
A partir de entonces, se dieron distintas propuestas, algunas de las cuales se quedaron a medio camino, sorteandose acuerdos y desacuerdos entre los propios interesados. Por ejemplo, en marzo de 1923, el coleccionista catalán, Luis Plandiura, se dirigió a los organizadores de la Sociedad ofreciéndoles su colaboración económica, pero establecía a cambio tres condiciones: la inclusión en el Comité organizador del dibujante Luis Bagaría y del Marqués de Montesa , que el montaje de la exposición tuviera lugar en el Salón de los Amigos del Arte madrileño, ya que era miembro de su comité, y que se comenzase a trabajar de inmediato para que la exposición tuviera lugar en el otoño del próximo año . Sin embargo, tales exigencias no fueron correspondidas , dejándose a un lado dicha propuesta.
A lo largo de los próximos meses, sucesivas reuniones fueron conformando la futura Sociedad de Artistas Ibéricos (S.A.I.), cuyo principal objetivo en su primera exposición aspiraba a englobar una amplia visión del arte español contemporáneo. En definitiva, desde los primeros meses entre los mismos promotores de la Sociedad se dieron abiertas discrepancias y deserciones sonadas, abandonando el proyecto alguno de sus propios abanderados, como se dio el caso del escritor catalán Eugenio d ´Ors:
“Celebramos algunas animadísimas reuniones… En la primavera, a la luz de una tarde apacible del mes de abril, reinó completa unanimidad, y se acordó que empezaran inmediatamente los trabajos. En la segunda, al caer de un suave crepúsculo mayero, se marcó alguna divergencia cortés y se convino en que el comienzo de los trabajos no admitía demora. La tercera reunión, en una ya calurosa noche de junio, fue señalada por la presentación de algunas dimisiones, por el acuerdo de que era urgente dar principio a los trabajos y por la iniciativa de que este acuerdo constara en acta”.
La pretensión de Eugenio d´Ors de imponer ciertos principios acerca de un nuevo “clasicismo” mediterraneista, propio de la línea de una estética noucentista, no fue aceptada por parte del resto del Comité que se sentía mucho más partidario de una plataforma de renovación que acogiera diversas tendencias y que estuviera menos ligada a unas directrices estéticas demasiado concretas. Algo que provocaría su inmediata dimisión y la consiguiente ausencia de una mayoría de artistas catalanes en esta primera convocatoria conjunta del arte contemporáneo español.
Al verse relegado del proyecto, el propio E. d´Ors escribió un ensayo “Mi Salón de Otoño” (1924), describiendo su imaginaria propuesta particular a través de una selección de artistas con los que le hubiera gustado montar su exposición ideal dentro del panorama artístico español. En medio de su itinerario artístico , en la sala cuarta colgaba la obra Echevarria, destacando sus series de gitanos del Albaicín y sus “bodegones sabrosos”, haciendo un elogio de su talento artístico, manifestando que poseía “ una vigorosa personalidad de pintor, largamente acendrada en el trabajo de depuración propia ; una personalidad que ha permanecido demasiado tiempo en el secreto de la preparación solitaria , triplemente oculta y protegida por la artesana y nunca satisfecha probidad del autor, por su distinción social y por su pudor cuadragenario y exquisito”.
Sin embargo, estas discrepancias entre algunos de los primeros promotores de la Sociedad de Artistas españoles , que luego se denominó Sociedad de Artistas Ibéricos, no consiguieron desanimar a quienes ya estaban dispuestos a hacer realidad una exposición que fuera punto de referencia del arte contemporáneo español. A partir de 1924, Echevarria tomó parte en las reuniones de mayor calado con distintos escritores y artistas de la época, la cuales tuvieron lugar en el café Lyon d´Or de la calle Alcalá, si nos atenemos a uno de sus principales organizadores, el escritor Manuel Abril:
“Era en 1924. En un rincón al fondo del Lyon d´Or hubimos de reunirnos seis o siete: Victorio Macho, Vázquez Díaz, Juan Echevarría, Maroto, Cristóbal Ruiz y el firmante. En treinta o cuarenta días formamos una agrupación y abrimos en el Retiro una Exposición de cuadros y esculturas. Enríquez, el secretario de la Sociedad de los Amigos del Arte, fue nuestro acompañante y nuestro secretario”.
En definitiva, después de prolongados encuentros a lo largo de los meses siguientes entre el escritor y crítico de arte, Manuel Abril y algunos artistas con madurez y experiencia como Juan de Echevarria, Daniel Vazquez Díaz , Gabriel Garcia Maroto , Cristobal Ruiz y el escultor Victorio Macho se conseguía hacer realidad uno de los objetivos más perseguidos desde hacía tiempo.
En el mes de marzo de 1925, era publicado en la prensa madrileña el Manifiesto titulado “Sociedad de Artistas Españoles”, en donde se ponía de relieve el anacronismo artístico que tendía a impera en Madrid y en una buena parte de las ciudades españolas, a excepción de Barcelona y Bilbao, debido a que sus Asociaciones artísticas modernas estaban ya consolidadas . Por consiguiente, se proponía la creación de una Sociedad que aglutinara aquellas corrientes dentro del arte contemporáneo español, sin la intención de privilegiar a tal o cual tendencia moderna , sino con el propósito de recoger una pluralidad de tendencias artísticas de vanguardia, de mostrar las expresiones artísticas surgidas en el siglo veinte , atendiendo solo al talento de sus propios creadores.
No en vano, con la creación de esta Sociedad de Artistas Españoles culminaba el proceso en el que la capital española se erigía en ese centro aglutinador del arte contemporáneo español. Al fin, el Manifiesto era firmado por distintas personalidades de la intelectualidad española, Manuel Abril, José Bergamín, Emiliano Barral, Francisco Durrio, Juan Echevarria, Joaquín Enríquez, Oscar Esplá, Manuel de Falla, Federico García Lorca , Victorio Macho, Gabriel García Maroto, Cristóbal Ruiz, Adolfo Salazar, Angel Sánchez Rivero, Joaquín Sunyer, y Daniel Vázquez Díaz.
En mayo, dos meses más tarde, con un texto semejante a éste se hacía público el manifiesto definitivo, cambiándose el título por el de “Sociedad de Artistas Ibéricos”, al que se sumaron algunos nuevos firmantes como Rafael Bergamín y Guillermo de Torre. Sin duda, el término Artistas Ibéricos aludía específicamente al lugar de residencia de los artistas dentro del perímetro geográfico correspondiente a la Península Ibérica.
En adelante , se abría la posibilidad de participación a otros autores extranjeros en sus exposiciones, e incluso se pensó en la futura celebración de las mismas exhibiciones en distintos países europeos. Entre todos los artistas firmantes, Echevarria y Durrio fueron los dos únicos pertenecientes a la A.A.V.. Aunque por distintas razones Durrio al igual que Vázquez Díaz o Sunyer no enviaron ninguna obra a la exposición de los Artistas Ibéricos.