10. LA INMINENTE REPUBLICA. (1930-1931)

Flores con ranúnculos, libros y abanico

10.1 ECHEVARRIA CRITICO DE ARTE

10.4 Plaza de Castelar Madrid

Plaza de Castelar Madrid ca.1930

A su regreso a Madrid  se dedicó a esbozar distintos paisajes desde su propia casa, tomando  la vista panorámica de la plaza Castelar o del Paseo de la Castellana . Paisajes otoñales, en los que trazaba con ligeras manchas los árboles y algunos edificios de la Castellana.

A partir  de junio de 1930, Echevarria emprendía una nueva labor como crítico de arte en el periódico “El Heraldo de Madrid”. Un oficio por el que siempre había sentido bastante respeto, al reconocer  la dificultad que entrañaba juzgar la calidad de cualquier obra de arte. “ Soy el crítico a palos “ decía de sí mismo, pues en su caso, la labor de crítico no respondía a la sugerencia de su mujer, Enriqueta,  quien en demasiadas ocasiones le había animado a dedicarse a la crítica de arte  al considerarle más capacitado que algunos de los habituales críticos del momento, sino que obedecía a su precario estado financiero. Desde luego, no era una práctica nada habitual entre los artistas en nuestro pais, pues pocos pintores  venían ejerciendo la crítica de arte  de manera continuada.

Durante los últimos años,  su situación económica se había venido  deteriorando progresivamente  debido a la mala gestión de sus finanzas por parte de su asesor personal. Pero además,  la ausencia de exposiciones individuales en los recientes años le habían cerrado la puerta  a la venta de sus cuadros a distintos coleccionistas de arte. En todo caso, su facilidad para la escritura y su olfato crítico le llevaron a emprender su nueva trayectoria como crítico de arte en el periódico “El Heraldo de Madrid” , comentando la obra de algunos de sus compañeros  que ese mismo año participaban  en  la Exposición Nacional de Bellas Artes ( 1930) .

Todavía las denostadas Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, a las que él siempre se negó a acudir,  continuaban siendo  la única muestra nacional con suficiente apoyo institucional , capaz de dar a cualquier artista desconocido una  proyección en todo el territorio español.

Heraldo de Madrid

En el recinto del palacio del Retiro madrileño le llamó la atención el aspecto bastante  destartalado de  sus salas, en donde se congregaban mayoritariamente creadores de signo académico,  algunos de los cuales , en su opinión, a pesar de no carecer de dotes pictóricos, estaban  desorientados en su arte por ausencia de estética . Si bien, colgaban su obra otro  grupo de artistas modernos, los cuales se veían forzados a asistir por simples motivos de supervivencia dentro del frágil mercado artístico español.

En 1930, entre aquellos artistas renovadores que acudieron a la Exposición Nacional de Bellas Artes (1930) se encontraba  el pintor andaluz,  Joaquín Valverde, al cual consideraba un nuevo valor emergente en medio de aquella cantidad de obra completamente anodina a lo largo de las numerosas salas. En Valverde señalaba su peculiar manera de ejecutar sus cuadros dentro de un tipo de decoración mural en  consonancia con los antiguos fresquistas italianos, deteniéndose en el cromatismo de su óleo de gran formato titulado “El Molino” :

“El pintor que ha llevado  a feliz término una obra de esta importancia, en la que no hay una sola pincelada que no sea armónica y justa dentro de la totalidad de quien ha hallado aquel ocre desvaído de una finura extraordinaria en que está pintada la vestidura de la mujer que en primer plano empuja el armatoste, y ha sentido por otro lado la necesidad  al rosa de la mocita de los brazos cruzados la nota negra del rodete, que agarra con una de sus manos, bien puede decirse que es un pintor de raza. Y no el caso, ya que Valverde es andaluz , de los grandes pintores sevillanos. A mi modo de ver, están en presencia en su obra, transportados a un plano de modernidad, los verdes oliva y los pardos, los rojos  y los platas tradicionales de la gran pintura andaluza”.

Con un estilo directo en su manera de abordar la crítica de arte, exigente consigo mismo como con los demás, sin omitir las aportaciones o las lagunas que podía percibir en cada obra de su compañeros, Echevarria  fue comentando la pintura de varios artistas conocidos suyos, algunos de los cuales le habían acompañado en la decisiva apuesta del arte contemporáneo español del Salón de Artistas Ibéricos (1925).

En alusión al pintor  Cristóbal Ruiz,  destacaría su sensibilidad y fina retina en la ejecución , a pesar de que no le agradase demasiado esas “formas vaporosas”, aludiendo en concreto a su retrato de una Niña, en el sentido de que tendía a desligarse de una visible  preocupación formal, ya que  “ creo que sus figuras de una coloración sutil, cobrarían mayor valor al estar debidamente construidas.”   De igual modo, escribía acerca de  Daniel Vázquez Díaz,  reconociendo el interés de su obra, pues :“ posee una retina delicada y ha demostrado ser un dibujante orientado hacia aquellas normas modernas que dentro del arte significa un positivo valor.”…… ante su cuadro titulado “El Hachero” incidía que su trabajo había sido llevado a cabo a propósito con una materia endeble y pobre “ con un leve frotado de pincel , que unas veces permite ver y otras transparentar la preparación del lienzo. Si a esto añadimos que su pintura es mate, comprenderemos que nos hallamos ante un caso opuesto al de Solana en lo que se refiere a las sugerencias sensuales que de la propia materia del cuadro se derivan” .  A través de los años la obra de Vázquez Díaz  se encaminaba dentro de  una peculiar línea postcubista, percibiéndose un mayor afán  de solidez constructiva.

10.3 Gutierrez solana

Jose Gutierrez Solana

En último lugar, entre sus amigos artistas se detenía ante la pintura de  José Gutiérrez Solana, conocido por sus extravagantes gustos, no pudiendo menos que imaginarle trabajando en un ambiente tan excéntrico  como el decorado  de su propio estudio ” una habitación vieja y destartalada con variedad de bártulos insólitos y trastos de tiendas de antigüedades”, refiriéndose a su pintura como “ una pintura delirante de pesadilla angustiosa, que cuando no sabe a ajo y a pez , huele cadaverina y suena a fémures y tibias que se entrechocan” (….). En su opinión, Solana era un pintor norteño que respondía como pocos a la gran tradición de la pintura española, recogiendo esa inclinación hacia “lo anormal y a lo misérrimo” propia de los célebres artistas del S.XVII, Ribera, Velázquez o Murillo. Aun así, con quien más se podía emparentar su obra era con Goya, el cual  había aportado a la pintura española una fantasía de carácter nórdico capaz de expresar lo monstruoso de un modo bastante despiadado, y a cuya paleta también se asemejaba, sobre todo, en su pintura negra de última época.  No en vano, su pintura no podía ser más que española, pudiendo atraer o repeler , pero en todo caso sin dejar a nadie indiferente.

En consecuencia,  consideraba a Solana un magnífico pintor dotado de  una enorme calidad plástica , a pesar de ese fondo brutal y patológico de su temática, realzando además en su estética  esa peculiar simbiosis de pintura-música en la que: “ Va creando armonías en sordina, en que los verdes esmeralda se yuxtaponen a los morados obispo y los ocres dorados a los ocres profundos. Aquí una pequeña nota de un suave violeta que dentro del cromatismo general aparece como huérfana y abandonada por  sus demás componentes. Allá un bermellón detonante que parece agredir a nuestra retina como pudiera hacerlo a nuestro oído un cornetín que de súbito destacará su nota estridente de entre las graves violas y los chelos…” (…..) . Quizá como en ningún otro artista español encontró  en su técnica pictórica cierta tendencia a fusionar pintura –música, logrando plasmar esa sinestesia capaz de abarcar múltiples sensaciones provenientes de varios sentidos tanto en la forma visual como en la propiamente olfativa y la táctil:  “Propende uno a palpar sus empastes jugosos , en que se funden los blancos con los viejos marfiles y las lacas de color de sangre. Y por sugestión uno aspira el olor oligeaginoso que de niño quedara impreso en nuestro sentido olfático, y que, ahora al volver a sentirlo, nos hace revivir la adolescencia”.

Desafortunadamente, ese mismo año coincidió que  en la Exposición Nacional de Bellas Artes  la primera medalla de escultura fue otorgada al autor de una obra pésima a la que  calificaron de “disparatón”, quedando sin recompensa una de las mejores esculturas titulada “La Farsa “ de Quintín de la Torre. Algo semejante  a lo ocurrido en el campo  de la pintura, al olvidarse de creadores de la calidad de C.Ruiz, Vázquez Díaz, Cossío, Climent, Valverde etc, siendo premiado el autor de un paisaje completamente anodino.

En realidad, esta situación se venía repitiendo año tras año, sin que nadie tomara ninguna medida concreta, en la que solo salía beneficiado  el amiguismo de unos pocos . De hecho, el entonces ministro de Bellas Artes, Sr. Tormo, en una declaración pública  asumía con pasmosa naturalidad la concesión inmerecida de las medallas otorgadas , manifestando que: “en estas exposi­cio­nes,  lo más interesante es que haya compradores para los cuadros. Lo de menos son los premios y a quienes se adju­dican. Yo, en estos asuntos de Bellas Artes he intervenido muchas veces, y a mi parecer, muchos de los principales  premios concedidos han sido inmerecidamente.”

Ante esta permisiva situación de clara injusticia,  de interesada condescendencia por parte de los mandatarios  públicos en el ámbito de las Bellas Artes, Echevarria manifestaría su indignación: “Ya lo habéis oído lo de menos es que se premie a los malos artistas, en vez de premiar a los buenos. Soy el primer convencido de que a esta selección a la inversa no se le da importancia alguna en un ambiente identificado con la falsedad y la injusticia; pero ¿cómo no ha de tenerla entre personas conscientes y honradas? .¿Cómo una infracción bochornosa para la más elemental ética puede ser mirada con indiferencia allí donde exista un sentido de responsabilidad?. Pero claro está, de tiempo atrás entre nosotros hemos quedado en que aquí nadie, salvo excepción, responde de nada, harto lo tenemos experimentado en todos los órdenes”.

10.4 Enrique Díez-Canedo

Enrique Díez-Canedo

Probablemente, su labor articulista cuestionando las actitudes deshonestas por parte de las instituciones públicas en el ámbito cultural español, proponiendo una regeneración ética , le acreditaron  para que con la inminente llegada de la República fuese propuesto para el cargo de director del Museo del Prado.

Desde un principio, en su labor como crítico de arte, el pintor vasco se sintió alentado por la buena acogida que sus artículos tuvieron dentro del ámbito cultural madrileño. En cierta ocasión, incluso recibió el elogio de intelectuales no pertenecientes a su círculo de amigos, como se dio el caso del novelista R.Pérez de Ayala acerca de su segundo artículo publicado, lo que probablemente le motivó a no abandonar  su actividad en el campo periodístico hasta su fallecimiento tras el advenimiento de la Segunda República.

A mediados de 1930 tuvo lugar un banquete de despedida al joven escultor chileno Lorenzo Domínguez en el Hotel Nacional, presidido por el escritor E.Díez-Canedo. Compañero tertuliano de Echevarria, después de pasar una larga temporada en España regresaba a su país  tras haber culminado el encargo de una escultura al científico español Santiago Ramón y Cajal, cuyo  destino era la facultad de Medicina madrileña . Durante el banquete, Echevarria  dirigía  unas palabras de encomio hacia su obra que había sido expuesta en la Exposición Nacional de Bellas Artes:

“Lorenzo ha pasado entre nosotros una muy larga temporada; todos hemos estimado en él un amigo, el amigo de ademán de gentleman, callado, reflexivo.  Del artista yo solo sé deciros una cosa, al entrar en la Exposición Nacional de Bellas Artes del Palacio de Cristal uno se encontraba entre una colección de engendros colosalistas de lo más antiestético que uno se pueda imaginar. Pues bien, después de inventariar aquella galería de horrores , yo me encontré con una simple cabeza tallada en mármol. Eran cuatro o cinco decímetros cúbicos de mármol, frente a las moles de escayola que de no haber estado huecas  como los cerebros que las concibieron hubiera significado en peso toneladas, era un evidente ejemplo del  poder del soplo animoso en la materia inerte frente a la materia bruta, que por incapacidad del artífice no ha podido ser recreada”.