3. COINCIDENCIAS DEL ARTE MODERNO VASCO CON EL ESPÍRITU NOVENTAIOCHISTA
A finales del siglo diecinueve , se abría un proceso de transformación y renovación de la cultura española en un momento de especial decadencia política y social tras la pérdida de nuestras últimas colonias en ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en 1898. En esta histórica fecha surgía la presencia de un grupo de brillantes intelectuales, la denominada generación del 98, que supieron actuar a modo de acicate en la modernización de la sociedad española durante las primeras décadas del siglo veinte. Se trataba de unos jóvenes escritores, recién llegados de provincias, que emprendían su camino literario en el Madrid de fin de siglo.
En 1913, Azorin escribía una serie de artículos bajo el título de “La generación del 98” mencionando los rasgos más sobresalientes de su generación literaria. Y aunque al principio, había barajado la fecha de 1896 , más tarde se decantaría por este trágico año, consciente de la trascendencia histórica de dicho acontecimiento. Ante aquella situación calificada de desastre nacional, debido a la humillante derrota militar de la flota española frente a la potencia de Estados Unidos, se puso de manifiesto la enorme crisis de identidad política y social por la que estaba atravesando la nación española. Una crisis moral además de material que se tradujo en una toma de conciencia de la triste realidad de nuestro país. A pesar de sus visibles diferencias ideológicas, este grupo de escritores, artistas y hombres de ciencia apostaron por sumar esfuerzos con el propósito de adoptar un objetivo común: la necesaria regeneración de España.
Los jóvenes escritores noventaiochistas de entonces iniciaron con apasionamiento su colaboración en “periodiquillos” y revistas de la época. Sus artículos solían encerrar una actitud de rebeldía y protesta frente a una clase política mayoritariamente mediocre, sobradamente corrupta, manejada por una serie de oligarcas que decidían a su antojo el destino del país. En un principio, Azorin, Pio Baroja y Ramiro de Maeztu se apodaron en el ámbito madrileño con el nombre de “Los Tres”, alcanzando amplia fama por su talento literario y por la ardorosa defensa de sus ideas a la hora de combatir los problemas de la política española . En ningún momento, tuvieron reparos en denunciar el comportamiento caciquil de las clases políticas, acostumbradas a maniobrar a través de sucesivas componendas que solo atendían a sus propios intereses, sin tener en cuenta la situación de las clases sociales menos favorecidas. Por eso, su tarea periodística conllevó una reiterada forma de protesta, una denuncia pública de los defectos típicos del sistema español administrativo, tales como las corruptelas administrativas, la incompetencia, el chanchullo, el caciquismo, la verborrea, “el mañana ” . Una sociedad que sobrevivía a duras penas en medio de una generalizada incultura y que estaba necesitada de una profunda regeneración.
Los noventaiochistas sintieron verdadera ansia de abrirse a la cultura europea, pues el aislamiento solo había conllevado el atraso científico y cultural de nuestro país. No podían soportar por más tiempo la idea de permanecer aislados, ajenos al devenir del panorama internacional, lo que les llevó a sumergirse en la lectura de los más brillantes filósofos y literatos de Francia, Italia, Rusia , Alemania e Inglaterra. A diferencia de sus antecesores escritores del siglo diecinueve, mantuvieron su continua mirada puesta en el escenario cultural europeo. Así pues, Ramiro de Maeztu se convertía en uno de los mayores abanderados de la apertura a una Europa que él mismo calificaba de “Europa ideal” : “La Europa aburguesada y la Europa neurasténica son despreciables y el calificativo se agrava cuando se trata de sus imitadores. Pero hay otra Europa la de Platón y de Kant. Hay una Europa ideal que nada tiene que ver ni con la banca judía, ni con los bulevares, ni con el “smart set”, ni siquiera con el Salón de los Independientes”.
A pesar de todo, esta actitud abiertamente europeísta no impidió una sincera vuelta a la lectura de nuestros más consagrados poetas primitivos , Baltasar Gracián , Manrique, el Arcipreste de Hita o de los grandes poetas de la mística española, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, ni tampoco se olvidaron de nuestros grandes clásicos, Cervantes.
En su determinación por regenerar la cultura española, mantuvieron siempre un estrecho contacto con el mundo de las artes plásticas, de la música y del progreso científico. Por eso, en el despertar del siglo veinte, era bastante corriente que literatos y artistas frecuentasen las mismas tertulias, conversaran y debatieran sus posturas ideológicas, manteniendo un constante trasvase cultural que alentaba a una progresiva modernización del país.
El sentir noventaiochista, según el historiador del arte E. Lafuente Ferrari, trataba de encarar la “tragedia” de España , mostrando un presente humillante y mezquino heredado de un siglo diecinueve burgués, apoyando a los artistas modernos frente al arte académico oficial imperante en la sociedad española:
” Literatos o pintores tratan de indagar a su modo en esta realidad, de afrontarla, de darle la cara, con una conciencia de que sus productos literarios o artísticos puedan pesar en el esclarecimiento de estas graves e imperativas realidades, que en la España de fin de siglo se plantean. Un cierto trascendentalismo, una actitud consciente y resuelta frente a la amargura de ser español, es común a la mayor parte de los hombres de estas generaciones. Y en cuanto a las formas artísticas, todos detestan la retórica, el falso oropel de la literatura y el arte del S. XlX, la farsa de engañarse con visiones panorámicas de un pasado glorioso totalmente opuesto a las tristes realidades del presente. Hay un afán de verdad y de sencillez, de simplificación y de síntesis, y frente al chabacano prosaísmo del arte del S.XlX, un deseo de estilo y de ennoblecimiento de la obra de arte“.
En el umbral del siglo veinte, una mayoría de artistas norteños y castellanos de signo moderno se acercaron a compartir un mismo sentir de la visión de España. De ahí que los escritores de la generación del 98 no solo no permanecieron indiferentes hacia las artes plásticas, sino que en general mantuvieron una colaboración ante el difícil desenvolvimiento del arte moderno en nuestro país, avalando en su medida a sus amigos artistas. Entre literatos y creadores plásticos se dio una complicidad mutua, que estimuló la renovación en materia artística, pues brindaron todo su apoyo a aquellos artistas considerados modernos frente a los que continuaban cobijándose en el arte oficial académico.
Al igual que otros pintores de su tiempo, Echevarria mantuvo a lo largo de su vida una estrecha relación con algunos de los literatos del 98 , sus cotidianos amigos, aprovechando esta circunstancia para llevar a cabo una extraordinaria galería de retratos . Su amistad se tradujo en su abierto apoyo hacia la consecución de ciertos ideales del espíritu noventaiochista. Consciente del incierto devenir de España, se sumó a su trasfondo ideológico regenerador y a su preocupación acerca de la realidad de nuestro país, en un momento en que la cultura española sobrevivía a duras penas, distanciándose cada vez más de la Europa avanzada.